México es el país en donde la violencia resulta algo "del día a día", visto en nuestras relaciones como un forma de intercambiar risas, sátiras, o en su defecto el aislamiento de los medios que nos saturan con esta violencia, realizar una "huida". Esto puede ser planteado, por ejemplo desde el psicoanálisis, como formas de tratar con lo incomodo... lo siniestro del contexto. Mientras los medios explotan esto mismo, proponiendo la violencia como un producto de mercado, un consumible, llegando al punto del morbo y la desensibilización de los sujetos.
Sin embargo, en los últimos años, han ocurrido eventos catastróficos, que han provocado que los sujetos se movilicen hacia la concientización y sensibilización de la violencia que ocurre a su alrededor, siendo ejemplos claros la desaparición forzada de los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, o mas recientemente los conflictos entre el magisterio y los cuerpos policiales en Nochixtlan,Oaxaca, pasando por la visualización de feminicidos en el Estado de México.
Actualmente, si bien no es el tipo de movilización que se da en otros países, como pueden ser golpes de estado, o cambios significativos en los modos de producción. En México hemos observado que las personas han empezado a generar propuesta, a implementar una mayor visualización de las problemáticas, en donde, la violencia se a vuelto excesiva como: feminicidios, violencia sexual, narcoviolencia, crímenes por homo-les-transfobia desaparición forzada, violencia hacia las comunidades indígenas, racismo. Desde el psicoanálisis podríamos estar hablando que por fin empezamos a mirar hacia el vacío de lo real, que hemos estado ignorado.
A partir de lo planteado en los párrafos anteriores, podemos plantear dos posturas bases: El discurso de poder y el discurso histerizante. El discurso de poder siendo aquel que posee el argumento inamovible, aquel que no cambia, permitiéndose el tener los mecanismos de control sobre los otros. Por otro lado el discurso histerizante es aquel que incomoda, que no parte de "la razón", ni de aquello que el discurso dominante normaliza, si no que cuestiona, genera ideas, propuestas, deja en claro aquello siniestro dentro de la "normalidad".
Sin embargo, ocurre un fenómeno interesante, ya que al escuchar los distintos discursos, podemos notar que aunque muchos de estos empezaron como histerizantes, se han transformado en discursos de poder. Podemos explicar esto desde el contexto ya que a partir de como el discurso gubernamental ejemplifica un discurso de poder que niega por completo la otredad, los discursos histerizantes asumieron la postura de poder con el fin de no ser anulados, y donde ya no se busca el cambio en la otredad, si no que esta misma satisfaga nuestras necesidades narcisistas (comento en primera persona del plural por que yo mismo he caído en esta postura).
Sin embargo, ocurre un fenómeno interesante, ya que al escuchar los distintos discursos, podemos notar que aunque muchos de estos empezaron como histerizantes, se han transformado en discursos de poder. Podemos explicar esto desde el contexto ya que a partir de como el discurso gubernamental ejemplifica un discurso de poder que niega por completo la otredad, los discursos histerizantes asumieron la postura de poder con el fin de no ser anulados, y donde ya no se busca el cambio en la otredad, si no que esta misma satisfaga nuestras necesidades narcisistas (comento en primera persona del plural por que yo mismo he caído en esta postura).
Este texto no busca dar una solución a lo anteriormente planteado, pero si dejar en la mesa lo siguiente: ¿Podemos transmutar o cambiar el contexto en donde residimos, aquel permeado con la violencia, asumiendo un discurso de poder, inmutable, no negociable?.

